Las actividades religiosas en el mundo andino se relacionaban con la naturaleza y la fertilidad; especialmente el ciclo agrícola y las estaciones del año. Uno de los rituales más importantes del calendario Inca fue la Capacocha o Capac Hucha que puede traducirse como “obligación real” y que se realizaba en el mes dedicado a la cosecha. Entre abril y julio se hacían fiestas y ofrendas de reconocimiento y de gratitud, muchas de ellas asociadas al ancestro inca Mama Huaco, que les había dado el primer maíz. La ceremonia abarcaba montañas, islas y otros adoratorios o huacas que se localizaban en toda la extensión del Tawantinsuyu, y servía para unir el espacio sagrado con el tiempo ancestral. De las cuatro direcciones del estado Inca algunos poblados enviaban uno o más niños al Cusco, los que eran elegidos por su excepcional belleza y perfección física libre de todo defecto, por lo general hijos de caciques y con el fin de realizar alianzas en estos ritos. En el Cusco se reunían en la plaza principal ante las imágenes de Viracocha (dios de la creación), el Sol, el Trueno y la Luna. Allí los sacerdotes efectuaban sacrificios de algunos animales y después, junto al Inca, oficiaban matrimonios simbólicos entre las criaturas de ambos sexos, quienes debían dar dos vueltas a la plaza, alrededor del ushnu, una construcción que representaba el centro simbólico del mundo inca. “…llevaban por delante en hombros los sacrificios y los bultos de oro y plata y carneros y otras cosas que se habían de sacrificar; las criaturas que podían ir a pie, por su pie, y las que no las llevaban las madres…” (Molina, 1575). Luego de esta celebración, los niños, sacerdotes y acompañantes regresaban a su lugar de origen, pero no lo hacían por el camino real, sino en línea recta, debiendo salvar todo tipo de obstáculos del terreno. La peregrinación podía durar semanas o meses según la distancia; al llegar, eran recibidos y aclamados con gran regocijo. Después de la celebración, el séquito iba al lugar donde realizarían la ofrenda entonando canciones rítmicas en honor al Inca. La criatura era vestida con la mejor ropa, le daban de beber chicha (alcohol de maíz), y una vez dormida era depositada en un pozo bajo la tierra, junto a un rico ajuar. Según la creencia Inca, los niños ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Las ofrendas humanas se realizaban solo en las huacas o adoratorios más importantes del Tawantinsuyu. También en ocasiones especiales, como la muerte de un Inca, quien emprendía su viaje hacia el tiempo de los antepasados. Las vidas ofrendadas eran retribuidas con salud y prosperidad; servían además para estrechar los lazos entre el centro del estado y los lugares más alejados, como también entre los hombres y los dioses. |
viernes, 18 de noviembre de 2011
Los niños de Llullaillaco-La ceremonia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario